Alemania es un país con exceso de ahorro crónico. Esto quiere decir que los bancos alemanes tienen más depósitos de los que pueden invertir en activos alemanes. Para invertir este exceso de depósitos, los bancos alemanes tienen dos opciones básicas. Una es depositarlos en la facilidad de depósito del Banco Central Europeo. Es la opción más segura, pero da un rendimiento extraordinariamente bajo, un 0,25% en la actualidad. La segunda es invertir el exceso de ahorro en activos financieros generados por países que, como España, tienen déficit de ahorro. No hay más opciones. Históricamente, Alemania ha apostado simultáneamente por las dos vías: grandes depósitos en el BCE y gran posición acreedora respecto a países con déficit de ahorro crónico, tales como los EE. UU. y España.
Durante la última década el desequilibrio entre los países con exceso y con déficit de ahorro crónicos se ha agudizado hasta extremos que no se habían visto con anterioridad. Esto llevó a los primeros, como diría Ricardo Caballero, a financiar las burbujas inmobiliarias que la propia situación de desequilibrio generó en los segundos. Así, los bancos alemanes y de otros países del norte de Europa, compraron grandes cantidades de activos financieros vinculados a los mercados inmobiliarios de los EE. UU., España y otros países. Todos estos activos ofrecían rentabilidades interesantes y tenían la máxima calificación crediticia, por lo que se suponía que debían ser seguros. La ley de hierro de las finanzas –a mayor rentabilidad mayor riesgo- fue ignorada una vez más y esto es algo que nunca se hace impunemente.
Para facilitar la explicación de lo que ocurrió me centraré en los casos de España, como país deficitario en ahorro, y en Alemania, como país con exceso del mismo. Para captar ahorro exterior, los bancos y cajas españoles emitían activos financieros con subyacente inmobiliario (cédulas hipotecarias, principalmente) que vendían a instituciones financieras de países con exceso de depósitos, como Alemania. De este modo, la exposición a un mismo riesgo -el del mercado inmobiliario español- se hacía a través de vehículos distintos en los bancos de uno y otro país. En España la exposición a ese riesgo era directa, se tomaba a partir de hipotecas que estaban en el balance de las instituciones de crédito. En Alemania, la exposición a ese mismo riesgo era indirecta, a través de unos títulos hipotecarios que podían ser vendidos en mercado secundario para obtener liquidez. Esto parecía, hace tan sólo tres años, una gran ventaja.
Cuando estallaron las burbujas inmobiliarias, los mercados secundarios de deuda privada se desplomaron. Y no se han vuelto a recuperar. Se desplomaron los mercados de CDOs con subyacente “subprime” americano, se desplomaron los mercados de cédulas con subyacente de alta calidad, se desplomaron de manera indiscriminada todos los activos referenciados al mercado inmobiliario. Y esto, paradójicamente, afectó mucho más a los bancos alemanes que a los españoles. El por qué de esta asimetría hay que buscarlo en la contabilidad. De acuerdo con la normativa contable internacional, los activos en el balance de un banco se valoran con criterios diferentes dependiendo de si ese activo tiene un precio de mercado o no lo tiene. Simplificando mucho una casuística muy compleja, un activo en balance que tenga precio de mercado debe valorarse a ese precio y, si éste cae por debajo del precio de adquisición, la pérdida potencial debe reconocerse en cuenta de resultados o provisionarse. Si, por el contrario, el activo no tiene precio de mercado y entra en mora o es dudoso, el banco tiene que provisionar conforme a un calendario gradual aprobado por el regulador. La diferencia entre uno y otro supuesto es muy grande porque en el primer caso hay que provisionar cualquier activo cuyo precio de mercado esté por debajo del precio de adquisición, aunque no haya entrado en mora o sea dudoso, mientras que en el segundo sólo hay que hacerlo en aquellos casos en que la calidad del activo se ha deteriorado. Con esta crisis ha quedado de manifiesto que, con estas normas contables, las titulizaciones conllevan un riesgo de mercado secundario muy importante que, en el caso de las españolas, ha sido el que ha afectado al balance de los compradores a pesar de que la calidad crediticia de los títulos no se ha resentido.
Esta situación provocó pérdidas pavorosas en los bancos alemanes y, por extensión, en los de otros países europeos con exceso de ahorro como los Países Bajos o Bélgica, porque tuvieron que provisionar buena parte de su exposición a los mercados inmobiliarios americano, español y otros. En España la situación fue, y es, menos grave porque los activos hipotecarios que están en el balance de bancos y cajas no tienen precio de mercado y, por tanto sólo hay que provisionar los que están en mora y los dudosos y ello conforme a los calendarios establecidos por el Banco de España. Los bancos alemanes, junto con los holandeses y los belgas, hubiesen quebrado en masa si no hubiesen recibido gigantescas ayudas de Estado para mantenerlos a flote. Nada de eso ha ocurrido en España todavía y es de prever que, incluso contando las inyecciones de capital del FROB, las ayudas de Estado necesarias para mantener la solvencia del sistema crediticio serán muy modestas en términos comparativos con otros países del norte de Europa. Ironías de la Historia.
¿A quién interesa, pues, que la UE y el FMI “rescaten” a España? Principalmente a los bancos alemanes porque un rescate supondría una garantía implícita para el riesgo inmobiliario español que acumulan en sus balances. Podrían liberar provisiones y apuntarse beneficios. Alternativamente, en vez de dedicarse difundir rumores y a organizar rescates no solicitados, podrían esforzarse en mejorar su gestión. Desde junio e 2007 el Deutsche Bank ha caído en bolsa un 56% y el Banco de Santander un 30%. ¿Refleja esta diferencia la asimetría de las normas contables o diferencias en la calidad de la gestión en los dos bancos? Que cada cual haga sus conjeturas.
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