Cuando uno se encuentra en el meollo de una crisis es fácil perder la perspectiva general de los problemas, como en el clásico proverbio de los árboles y el bosque. Entre luchas políticas, stress tests, fusiones bancarias, curvas invertidas de CDSs, mercados pidiendo reformas laborales, recortes de gasto público y previsiones de crecimiento, el problema real se difumina a pesar de seguir latente. Demos un paso atrás y reflexionemos para intentar recuperar dicha perspectiva.
Un paso atrás. ¿Qué ha sucedido?
a. El origen es sencillo: se han invertido cantidades astronómicas de recursos en un tipo de activo, la vivienda, con un valor final de mercado mucho menor al esperado. Muchísimas viviendas se han quedado sin vender o deberán liquidarse con grandes descuentos y alguien ha de asumir las pérdidas.
b. En una situación de normalidad, las pérdidas se deberían repartir entre (i) los que compraron su vivienda a un precio mucho mayor de su valor de mercado (al haberla comprado cargan con la diferencia de valor), (ii) las promotoras que no consiguen vender o malvenden sus viviendas y (iii) las entidades financieras que hayan financiado a promotoras insolventes. En un caso adicional, (iv) si las entidades financieras no pueden atender a sus pagos, el siguiente eslabón en la cadena de responsabilidad son los acreedores de la entidad financiera -es decir, quienes compraron sus bonos-.
c. Pero esta no es una situación normal. El miedo a un caos financiero ha hecho que los responsables (iii) y (iv), las entidades financieras y sus acreedores, hayan sido sustituídos por los Estados, que han respaldado masivamente la deuda de las instituciones financieras.
d. El cambio sectorial que exige la crisis ha repercutido con fuerza en los gastos e ingresos de los Estados y ha puesto en cuestión su solvencia estructural, máxime cuando continúan respaldando y salvando al sistema financiero.
Reflexiones
En primer lugar, se ha hablado de la reforma del sistema financiero, de la regulación del mismo, del mercado laboral… pero no se ha hablado nada del mecanismo fallido por el cual se ha pasado del apartado (b) al (c). Que la ciudadanía se haga cargo de una deuda de la que no es responsable es una injusticia absolutamente histórica, además de un atropello a la equidad del sistema. Y en esta afirmación no hay ningún juicio de valor: en las democracias existe a menudo una disyuntiva entre justicia y equidad, pero en rarísimas ocasiones van ambas de la mano.
¿Por qué el mecanismo más eficiente ante una situación de insolvencia, el concurso de acreedores, no se encuentra bajo cuestión? Esta no será la última crisis financiera de la historia. De hecho, es posible que no sea la más grande, dado que seguimos alimentando el riesgo moral en la asunción de riesgos financieros. ¿Cargaremos a la ciudadanía con las deudas de la siguiente crisis? Si no resolvemos el meollo jurídico y regulatorio que hay detrás de una insolvencia de una institución financiera, la situación actual se repetirá.
Así, ni se ha resuelto el problema de riesgo moral ni se ha abordado la capacidad del sistema jurídico para resolver concursos de acreedores de instituciones financieras. Y ambos problemas están absolutamente ausentes del debate público.
La reflexión positiva es que gran parte de nuestros problemas se limitan a que todavía no sabemos quién va a asumir las pérdidas. En el momento que esté perfectamente claro a cuánto ascienden las pérdidas y quién las va a pagar exactamente, el crecimiento puede despegar: el capital humano sigue ahí, las instituciones siguen ahí y, sobre todo, tenemos a nuestra disposición la herramienta de reducción de costes más poderosa de la historia: Internet. Las bases de un crecimiento sólido futuro están puestas.
Consejo Editorial
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