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miércoles, 25 de julio de 2012

Obama y Rajoy


El presidente Obama personifica el equilibrio entre la visión política a largo plazo y la retórica por el cambio en las relaciones internacionales sobre el eje de EEUU y el instinto de gobernar a partir del pragmatismo sobre realidades estables y resistentes a la evolución. No se puede luchar contra todo y todos al mismo tiempo, es necesario sacrificar objetivos globales para alcanzar resultados tangibles a corto plazo que mantengan la esperanza y la cohesión entre los partidarios y votantes. Esta política le ha llevado en ocasiones a olvidar aliados tradicionales para conseguir apoyos de nuevos poderes que aparecen en un mundo que cambia rápidamente y donde los equilibrios actuales tienen poco que ver con el pasado.
EEUU ya no son el líder incontestado del mundo en poder económico, militar, diplomático o científico que han sido durante toda la segunda mitad del siglo XX, pero son todavía la primera mundial en todos estos ámbitos. Han ineludiblemente de compartir poder y buscar alianzas antes innecesarias y ahora esenciales. Es este tránsito lo que está conduciendo con éxito variable el presidente Obama tanto en política interior como exterior. El gobierno que preside combina figuras relevantes de prestigio y experiencia indiscutible, la secretaria de Estado, Clinton, el secretario del Tesoro, Geithner, o el de Defensa, Panetta, no necesariamente cercanos a su persona pero con capacidad contrastada de gestionar la complejidad , con jóvenes valores que personifican su ideología y forman el núcleo duro de pensamiento que transmite la ideología y la voluntad de transformación del propio presidente.
Ha sido el presidente Obama capaz de proteger de la más inteligente manera los intereses de EEUU sin perder los ideales y la trayectoria que ha marcado la línea de su gobierno, pero este pragmatismo de su política ha desilusionado aquellos que esperaban cambios radicales y transformaciones profundas del mundo sin parar cuenta que EEUU ya no tienen el poder que la victoria en la guerra les otorgó ni el vigor ideológico y cultural que ello les supuso para liderar el mundo.
La presidencia de Obama gira sobre tres pivotes. Una nueva relación con Asia y especialmente con China, nuevo poder emergente. El cambio de las relaciones con el mundo musulmán pasando de la confrontación, guerras de Irak y Afganistán, a la colaboración y de influencia y el relanzamiento de las conversaciones y tratados por la no proliferación de armas nucleares. Es este un planteamiento ambicioso que quedó inicialmente relegado por la explosión de una crisis económica de dimensiones desconocidas que obligó, primero la administración Bush y luego el presidente Obama, a tomar medidas rápidas y radicales para evitar el contagio de todo el sistema financiero por lo que podía convertirse en una crisis infinitamente más grave, porque es más global, que la de 1929. El objetivo inmediato fue inyectar la necesaria liquidez a bancos e instituciones financieras que de repente se encontraron radicalmente descapitalizadas cuando su activo hubo que depreciar como consecuencia de su hinchada y ficticia valoración. Para que estas medidas fueran efectivas era necesario que fueran globales. La creación del G20 en sustitución del G8 para dar entrada y visibilidad a las nuevas potencias emergentes, Brasil, África del Sur, India, fue un acierto porque convirtió políticas y acuerdos nacionales en mundiales. Se evitó que cada país actuara en solitario en defensa de sus propios intereses.
La relación con China para conseguir que actuara de manera responsable dentro de un orden mundial de tipo liberal ha sido un éxito parcial porque como poder emergente su motivación básica ha sido su propio crecimiento. Hay una desconfianza mutua entre las dos potencias a largo plazo porque tiene que ser compatible la presencia de EEUU en Asia y la presencia de China como primer poder regional que la mayoría de los estados del continente desean pero sobre el que no quieren tomar partido de manera explícita, por razones obvias.
La nueva política con los musulmanes que ha sido presentada como el eje de la política del presidente Obama ha sido paradójicamente donde su política exterior ha logrado hasta ahora menos éxito. La declaración formal que los asentamientos de Israel en los territorios ocupados deberían congelarse como punto de partida de las nuevas conversaciones entre palestinos e israelíes, y el discurso de Obama en El Cairo en 2009 marcando un antes y un después en la relación entre EEUU y los musulmanes sin uno paralelo dirigido específicamente a los israelíes, crearon la impresión en Israel que la antigua, estrecha y estable colaboración con EEUU entraba en una nueva época. Cuando el presidente Netanyahu se opuso a la congelación del asentamientos, la población optó por abonar la política de su gobierno y oponerse a la de EEUU. Esta declaración dificultó también la posición del presidente palestino Abbas para que no pudo aceptar menos de lo que oficialmente pedían los EEUU. El resultado fueron unas conversaciones de paz interrumpidas y la evidencia de la pérdida de influencia de EEUU sobre Israel. Cuando el enviado de EEUU en la zona, George Mitchell, quiso plantear unos objetivos menos ambiciosos con un "crecimiento natural" de los asentamientos, los palestinos se consideraron estafados a pesar de la solemne declaración a la Asamblea General del presidente Obama que Palestina tenía derecho a tener un estado propio. Va así recoger el rechace y la decepción de palestinos e israelíes, un paso atrás después de años de difíciles negociaciones. Es un error siempre descubrir el objetivo final antes de tiempo, se puede quemar y convertirse después inalcanzable.
La relación del Presidente Obama con las revueltas de Siria, Libia, Túnez y sobre todo Egipto ha sido acertada porque los EE.UU. se han situado junto a unos movimientos que triunfarán a largo plazo. La apuesta que los hermanos musulmanes reducirán su fundamentalismo y se aproximarán a una relación no confrontada con Occidente parece lógica en razón a intereses económicos y el bienestar de las poblaciones que gobiernan, pero los riesgos de esta apuesta no son menores.

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