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miércoles, 19 de octubre de 2011

¿Se ha de cobrar según el esfuerzo y el talento o no? Esteban Ceca Magán, Doctor en Derecho, y Salvador Bangueses Exresponsable de política institucional de CC OO, tienen las ideas muy claras.


Esteban Ceca Magán
Doctor en Derecho
Ambas palabras están de moda. La crisis las ha convertido en realidad cotidiana. Cómo desvincular sueldos e IPC. La polémica está servida: ¿deben fijarse las retribuciones de un trabajador según la productividad y beneficio de su empresa, o atendiendo al coste de la vida? Es la alternativa que debaten los negociadores de la reforma laboral. Gobierno y patronal, intentando fijar sueldos acordes con la productividad y los beneficios empresariales. Los sindicatos, aferrados a la no pérdida de poder adquisitivo, referenciando el salario al IPC. Dos formas antitéticas de examinar una cuestión, condicionada por la crisis que en España ha destruido cinco millones de empleos, cuyos emolumentos se vinculaban al IPC, no a la productividad. Es cierto que la inflación, en hipótesis y con altos índices, puede originar pérdidas de valor adquisitivo; pero nunca ha sucedido aquí: porque los convenios siempre han sujetado los salarios a la inflación: a la prevista, a la real o incluso por encima de ella, con varios puntos de garantía sobreañadida. En cambio, fijar salarios según productividad y beneficios no es que haya sido excepcional, sino inexistente; pues las «cláusulas de descuelgue» de los convenios de sector, relativamente recientes, siempre se han redactado con rigideces, añadidamente interpretadas por los jueces laborales con criterios restrictivos.
Ha habido una cultura de decenios, vinculando salarios al IPC y despreciando productividad y beneficio empresarial. Pues si este último se ha considerado, ha sido para solicitar mayores incrementos retributivos, en una espiral inflacionista. Desandar lo andado no es fácil. Cambiar una mentalidad de años, tampoco. Pero nuestras empresas no pueden soportar la fijación de salarios según la inflación. Valga como ejemplo que hoy, en España, con completa atonía del consumo o en situación negativa en muchos sectores, la inflación interanual ronda el 3,5%. ¿Quiere ello decir que los salarios se incrementen en ese porcentaje? Sería un desatino. Desde el plano de la productividad, la media de un trabajador español está a años luz de la de un alemán, noruego o polaco. Lo que redunda en una pobreza de nuestras exportaciones; que empeorarán, si a esa realidad se añadiera una hiperinflación retributiva. Hay que eliminar esa idea; conservar los puestos de trabajo; crear empleo neto y no jugar con piruetas que generen más paro, cierre de empresas y destrucción de tejido industrial. Los convenios de sector tienen gran culpa de lo sucedido, al fijar los sueldos desatendiendo las singularidades de cada empresa. Tremendo error; pues estos pactos, si no deben desaparecer, sí, al menos, deslegalizarse, cediendo prioridad a los de empresa. Así, cada empleador, con sus trabajadores, fijará esas retribuciones, atendiendo a su productividad y a la existencia o no de beneficios. Lo demás son falacias sindicales arraigadas; pero sofismas que pueden dar la puntilla a nuestra economía.

Salvador Bangueses 
Exresponsable de política institucional de CC OO
El problema nace de que esta relación entre el valor de lo producido y la cantidad/tiempo de trabajo empleado para hacerlo ni es una medida perfecta (de ahí lo de la productividad aparente) ni perfectamente objetivable a la hora de concretarla cuando se desciende de los niveles macro. De ahí que frente a lo que, con poca o ninguna base se afirma, no constituya un indicador tan generalizado y único para dirimir los intereses que concurren en la negociación colectiva en parte alguna. Lo cual no significa que no se tenga que tener en cuenta (no hacerlo generaría malas consecuencias), ni que el indicador más común, como es el de la inflación o su manejo, sea siempre el más correcto.
Quizás si todos discutiéramos con menos afán de derribo y, por tanto, con más sentido práctico, podríamos concluir que:
a) La negociación colectiva es una práctica que compensa el menor poder contractual de los más frente a los menos, y la evolución que ha seguido a lo largo de la etapa democrática en nuestro país aportó más satisfacción y soluciones que problemas, como demuestra la creciente paz social que hemos tenido.
b) Las organizaciones empresariales y sindicales españolas fueron las que, con su creciente y mutuo aprendizaje, la hicieron posible, utilizando los indicadores que nuestros servicios estadísticos proporcionan, y teniendo, por tanto, en cuenta el contexto económico en el que operaban.
c) Lo acaecido en la crisis puso de manifiesto un déficit de agilidad a la hora de encararla, también desde el ámbito salarial. Influyó en ello el mensaje negacionista difundido por parte de potentes emisores; la falta de análisis y asunción (aun hoy) por parte de los responsables de las causas y consecuencias que motivaron y se derivaron del boom y el desplome inmobiliario; de la reordenación económica mundial, con su consiguiente efecto en el mercado exterior e interior, y que hace más urgente aún la mejoría de nuestra capacidad competitiva
Para esto último, la necesidad de ser más productivos colectiva e individualmente es una tarea todavía más ineludible que antes, y convencido como estoy de que solo lo lograremos juntos, abogo por que confrontemos los diferentes enfoques de forma más matizada, viendo cómo ganamos bienestar y riqueza para todos. No vaya a ser que la simplificación sea la cortina que nos impide ver que los que prestaron avariciosamente, los que se lo permitieron y no formularon alertas, y los que se endeudaron con una avaricia equiparable a la de quienes tan irresponsablemente les prestaban, sean los que por no «poder perder», nos hagan a todos no solo más pobres, sino más tontos.
Abogo, pues, porque, con el respeto debido a las partes que negocian, para que lleguen al acuerdo más útil no desprecien nunca el contexto en el que operan, y para ello los indicadores de productividad y de inflación debidamente manejados nos ayudarán a corregir mejor las imperfecciones ineludibles en la formación de precios y salarios y, en consecuencia, a mejorar la producción y distribución como motores de la economía. La imposición doctrinaria y sin matices de ciertos criterios solo puede conducirnos a aquello de: «fácil de decir, difícil de hacer».

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