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jueves, 26 de julio de 2012

La situación económica española y sus perspectivas inmediatas (Segun Presidente del Consejo General de Colegios de Economistas de España)



En esta situación, no debemos correr el riesgo de despistarnos y debemos centrar­nos en aquellos factores endógenos sobre los que tenemos capacidad de actuación, tanto a nivel gubernamental, como de las empresas y de las economías domésticas y, con criterios de austeridad, alcanzar una situación de equilibrio en nuestras cuentas, que nos permitan afrontar el fu­turo de manera sólida y sin los riesgos que las agencias que operan en los mercados ven en nuestra economía
La crisis económica que vivimos está te­niendo una profundidad y una duración mayor de la esperada y de lo que sería de­seable, y dado su desarrollo va a terminar poniendo en cuestión la máxima de que 'tras la tempestad viene siempre la calma', que a veces se recuerda, pero en la que no conviene confiar, pues transmite la sensación de que aunque no hagamos nada la crisis pasará. Pero lo cierto es que de momento no llega y habrá que ver qué realidad nos espera si no sabemos actuar con inteligencia y acierto.
Una cosa sí es cierta, hemos tenido tiem­po para analizar y conocer la situación, que en el caso de la economía española viene determinada en este momento por un decrecimiento del PIB por segundo trimestre consecutivo, en ambos por un -0,3%, lo que técnicamente nos permite hablar de recesión por segunda vez en dos años, y una variación interanual del PIB del -0,4%. El otro dato fundamental para definir la situación por la que atravesamos es la tasa de paro que se eleva a un inso­portable, sobre todo para los trabajadores que la sufren directamente, 24,44%, casi dos veces y media la tasa de la eurozona que está en el 10,9, dato que se vuelve aún más sangrante si tenemos en cuen­ta que 1.728.400 hogares tienen a todos sus miembros activos en paro.
La situación se complica por el excesivo endeudamiento de nuestra economía. En el ámbito público no tanto por su nivel, pues se encuentra en un 68,5% del PIB -por debajo de Alemania, que tiene un 81,2%, de Francia con un 85,8%, del Reino Unido con un 85% también, o de la media de la eurozona que está en el 87%-como por la rapidez con la que ha crecido y el nivel del déficit en el que estamos, un 8,6 a finales de 2011, mientras que en 2007 teníamos poco más del 30% del PIB de endeudamiento y superávit en las cuentas públicas. Más preocupante es el endeudamiento privado que llega al 318% del PIB -82% los hogares, 134% las em­presas y 102% las instituciones financie­ras- que pone de relieve la característica especial de nuestra situación, ya que en nuestro caso a la crisis general se une la crisis particular del sector de la construc­ción, cuya burbuja explota con el fin del crédito fácil y barato que produce la crisis internacional. Y hay que tener en cuenta que la deuda privada, si no se soluciona en ese ámbito, acaba convirtiéndose en deuda pública, proceso al que estamos asistien­do en estos momentos. Si la crisis inter­nacional puso de manifiesto la debilidad de los mimbres con los que se había cons­truido la prosperidad de los últimos años, por decirlo de manera amable, en nuestro caso el endeudamiento privado pesa como una losa en los balances de las entidades financieras, difícil de digerir a corto plazo, lo que les está impidiendo cumplir con su función de facilitar crédito a las empresas y a las economías domesticas.

En este contexto, se abre un debate entre la necesidad de que el Estado inyecte re­cursos a la economía y la prioridad exigida por Bruselas de reducir el déficit público al 5,3% en 2012 y al 3% en 2013, mi­sión prácticamente imposible a pesar del empeño y las buenas intenciones del Go­bierno, y que parece que también Bruse­las considera, según recientes declaracio­nes. Vemos que la situación es difícil y el panorama complejo, en el que además no está en nuestras manos adoptar todas las medidas de las que tradicionalmente se disponía para corregir los desequilibrios de la economía, ya que algunas, como su­cede con las medidas monetarias, están cedidas a las autoridades europeas, que adoptan decisiones como si la situación y los intereses de todos los países que la integran fuera los mismos, por lo que, no siendo así, tienen efectos muchas veces contrarios en según qué países.

Hasta ahora el sector que mejor se estaba comportando ha sido el exterior, sobre el que el Gobierno tenía previsto duplicar su importe en el próximo año, basándose en que se fuera produciendo una mejora de la economía internacional y, por tanto, un crecimiento de nuestras ventas al exterior. Para conseguir este objetivo se espera una mejora de la competitividad de nuestra economía. En este sentido iría dirigida, entre otras, la reforma laboral que se con­fía que presione a la baja los salarios, que se acompañaría con una reducción de las cotizaciones sociales. Sin embargo, tam­poco en este terreno están sucediendo las cosas como sería deseable, pues también en los países fuertes de la Unión en los que España coloca sus productos ha caído la actividad. En general el comercio inter­nacional se encuentra débil ya que, salvo excepciones, tanto los países más desa­rrollados, como los emergentes, han visto reducir sus tasas de crecimiento. Por lo tanto, no parece que el sector exterior de nuestra economía vaya a mejorar lo sufi­ciente como para romper el círculo vicioso en el que nos encontramos.

En esta situación francamente compli­cada tenemos dos clases de factores, los endógenos sobre los que contamos con algunos instrumentos para actuar sobre ellos, y los exógenos sobre los que nuestra capacidad de influir es muy limitada y tie­ne que hacerse a través de las institucio­nes europeas a las que pertenecemos, en las que otros dieciséis países, en el caso de la eurozona, o veintiséis, en el caso de la Unión, con intereses no siempre coin­cidentes actúan y donde los países fuer­tes, entiéndase Alemania, acompañada hasta ahora por Francia, imponen habitualmente sus criterios. En resumen, nos encontramos en una situación en la que los intereses nacionales de los países que integran la Unión Europea no son coinci­dentes, estos priman sobre los intereses generales y la solidaridad, no contamos con los instrumentos de política econó­mica tradicionales que permitían buscar una salida individual, país por país, y no existen instrumentos alternativos que so­lucionen los problemas de todos los paí­ses a la vez. En esta situación , no de­bemos correr el riesgo de despistarnos y debemos centrarnos en aquellos factores endógenos sobre los que tenemos capa­cidad de actuación tanto a nivel guberna­mental, como de las empresas y también, porque no, de las economías domésticas para, con criterios de austeridad, alcan­zar una situación de equilibrio en nues­tras cuentas que nos permitan afrontar el futuro de manera sólida y sin los riesgos que las agencias que hoy operan en los mercados ven en nuestra economía, que tampoco ha conseguido disipar la llegada del actual Gobierno.

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