En esta situación, no debemos correr el riesgo de despistarnos y debemos centrarnos en
aquellos factores endógenos sobre los que tenemos
capacidad de actuación, tanto a nivel gubernamental, como de las
empresas y de las economías domésticas y, con criterios de
austeridad, alcanzar una situación de equilibrio en
nuestras cuentas,
que nos permitan afrontar el futuro de manera sólida y sin los
riesgos que las agencias que operan en los mercados ven en nuestra economía
La
crisis económica que vivimos está teniendo una profundidad y una duración mayor de la esperada y de lo que sería deseable, y dado su desarrollo va a terminar poniendo en cuestión la máxima de que 'tras la tempestad viene
siempre la calma',
que a veces se recuerda, pero en la que no conviene confiar, pues transmite la sensación de que aunque no hagamos nada la crisis pasará. Pero lo cierto es que de momento no llega y habrá que ver qué
realidad nos espera si
no sabemos actuar con inteligencia y
acierto.
Una
cosa sí es cierta, hemos tenido tiempo para analizar y
conocer la situación, que en el caso de la economía española viene
determinada en este momento por un
decrecimiento del PIB por segundo trimestre
consecutivo, en ambos por un -0,3%, lo
que técnicamente nos permite hablar de recesión por segunda vez en dos años, y una variación interanual del PIB del -0,4%. El otro dato
fundamental para definir la
situación
por la que atravesamos es la tasa de paro
que se eleva a un insoportable, sobre todo para los trabajadores que la sufren directamente, 24,44%, casi dos veces y media la tasa de la eurozona que está en el 10,9, dato
que se vuelve aún más sangrante si
tenemos en cuenta
que 1.728.400 hogares tienen a todos sus miembros activos en paro.
La situación se complica por el excesivo endeudamiento de nuestra economía. En el ámbito público no tanto por su nivel, pues se encuentra en
un 68,5% del PIB -por
debajo de Alemania, que tiene un 81,2%, de Francia con un 85,8%, del Reino Unido con un
85% también, o de la media de la
eurozona que está en el 87%-como por la rapidez
con la que ha crecido y el nivel del déficit en el que
estamos, un
8,6 a finales de 2011, mientras que en 2007 teníamos poco más del 30% del PIB de endeudamiento y superávit en las cuentas públicas. Más preocupante es el endeudamiento
privado que llega al 318% del PIB -82% los
hogares, 134% las empresas y 102% las
instituciones financieras- que pone de relieve la característica especial de nuestra situación, ya que en nuestro caso a la crisis general se une la crisis particular del sector de la construcción, cuya burbuja explota con el fin del crédito fácil y barato que produce la crisis internacional. Y hay
que tener en cuenta que la deuda privada, si no se soluciona en ese ámbito, acaba convirtiéndose en deuda pública, proceso al que estamos asistiendo en estos momentos. Si la crisis internacional puso de manifiesto la debilidad de los mimbres con los que se había construido la prosperidad de los últimos años, por decirlo de manera amable, en nuestro
caso el endeudamiento privado pesa como una losa en los balances de las entidades financieras, difícil de digerir a
corto plazo, lo que les está impidiendo cumplir
con su función de facilitar crédito a las empresas y a las economías domesticas.
En este contexto,
se abre un debate entre la
necesidad de que el Estado inyecte recursos
a la economía y la prioridad exigida por Bruselas de
reducir el déficit público al 5,3% en 2012 y al 3% en 2013, misión prácticamente imposible
a pesar del empeño y las buenas intenciones del
Gobierno,
y que parece que también Bruselas considera, según recientes declaraciones. Vemos que la
situación
es difícil
y el panorama complejo, en el que además no está en nuestras manos adoptar todas las medidas de las que
tradicionalmente se disponía para corregir los
desequilibrios de la economía, ya que algunas,
como sucede con las
medidas monetarias, están cedidas a las autoridades europeas, que adoptan decisiones como si la situación y los intereses de todos los países que la integran fuera los mismos, por lo que, no siendo así, tienen efectos muchas veces contrarios en según qué países.
Hasta ahora el
sector que mejor se estaba comportando
ha sido el exterior, sobre el que el
Gobierno tenía previsto duplicar
su importe en el próximo año, basándose en que se fuera produciendo una mejora de la economía internacional y,
por tanto, un crecimiento de
nuestras ventas al exterior. Para conseguir
este objetivo se espera una mejora de
la competitividad de nuestra economía. En este sentido iría dirigida, entre otras, la reforma laboral que se
confía que presione a
la baja los salarios, que se acompañaría con una reducción de las cotizaciones sociales. Sin embargo, tampoco en este terreno están sucediendo las cosas como sería deseable, pues también en
los países fuertes de la Unión en los que España coloca sus productos
ha caído la actividad. En general el comercio internacional se
encuentra débil ya que, salvo excepciones, tanto
los países más desarrollados, como los emergentes, han visto reducir sus tasas de crecimiento. Por lo tanto, no parece que el sector exterior
de nuestra economía vaya a mejorar lo suficiente como para romper el círculo vicioso en el que nos encontramos.
En
esta situación francamente complicada tenemos dos
clases de factores, los endógenos sobre los
que contamos con algunos
instrumentos para actuar sobre ellos, y los exógenos sobre los
que nuestra capacidad
de influir es muy limitada y tiene que hacerse a través de las instituciones europeas a las que
pertenecemos, en las
que otros dieciséis países, en el caso de la eurozona, o
veintiséis, en el caso de la Unión, con intereses no siempre coincidentes actúan y donde los países fuertes, entiéndase Alemania, acompañada hasta ahora por Francia, imponen habitualmente sus criterios. En resumen, nos encontramos en una situación en la que los intereses nacionales de los países que integran la Unión Europea no son
coincidentes, estos
priman sobre los intereses generales y la
solidaridad, no contamos con los instrumentos de política económica tradicionales
que permitían buscar una salida individual, país por país, y no existen instrumentos alternativos que solucionen los problemas de todos
los países a la vez. En esta situación , no debemos correr el riesgo de
despistarnos y debemos
centrarnos en aquellos factores endógenos sobre los
que tenemos capacidad
de actuación tanto a nivel gubernamental, como de las empresas y también, porque no, de las economías domésticas para,
con criterios de austeridad, alcanzar una situación de equilibrio en nuestras cuentas que nos permitan
afrontar el futuro de manera sólida y sin los
riesgos que las agencias que hoy operan en los mercados ven en nuestra economía, que tampoco ha conseguido disipar la
llegada del actual Gobierno.
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