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jueves, 10 de febrero de 2011

Negar la relación entre costes -salariales y no salariales- y productividad para establecer un óptimo competitivo es mucho negar. ¿Qué otra manera tienen las empresas para seguir siendo competitivas cuando sus costes unitarios son superiores a los del competidor?


Productividad es lo que importa

Ni la idea ni la polémica son nuevas: ligar salarios y productividad es parte de la literatura económica desde hace más de un siglo. Figura también en casi todos los documentos y recomendaciones de expertos, analistas, organismos nacionales e internacionales... por descontado, unos menos, otros más. Cuesta, pues, entender el revuelo que se ha organizado porque la canciller alemana, Ángela Merkel, haya suscitado la cuestión como una de las formas de que Europa recupere competitividad.

Las voces discordantes más sonoras se han apresurado a proclamar inamovible el –tenido como contrapuesto- modelo de indiciación: esto es, ligar de forma automática las alzas salariales a la tasa de inflación; fórmula en cierta medida predominante en el mercado laboral español. Y, como suele ser habitual, se han formado a toda prisa grupos de partidarios y detractores, con escasas tomas de postura intermedias, considerando que no es realista ignorar ni lo uno ni lo otro ni, todavía menos, los diversos imperativos que impone la globalidad.

Aunque resulte aparentemente más cómodo y sencillo terciar en la polémica sobre la ligazón de los salarios, es más importante el fondo de la cuestión suscitada desde Berlín: la actual posición competitiva de las economías europeas, no sólo frente a Estados Unidos –rival tradicional-, sino respecto de las emergentes cuya pujanza en los distintos mercados se deja sentir con cada vez mayor intensidad.

Se suele olvidar que quienes compiten en realidad son las empresas, no las economías, porque ser competitivo supone tener capacidad de producir y vender con beneficio en un mercado abierto y libre. Lo cotidiano para cualquier empresa es tratar de vender el producto o el servicio con mejor relación precio-calidad que las demás que pretenden hacer lo mismo, con lo mismo y para el mismo cliente potencial.

Negar la relación entre costes -salariales y no salariales- y productividad para establecer un óptimo competitivo es mucho negar. ¿Qué otra manera tienen las empresas para seguir siendo competitivas cuando sus costes unitarios son superiores a los del competidor?

En suma, se trata de una polémica interesante, a la vez que compleja, en la que valdría la pena un poco más de rigor y menos reduccionismo de patrocinar la un tanto falaz alternativa entre vincular los salarios a la productividad o a la evolución del IPC, sin más.

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