jueves, 25 de agosto de 2011

El consumo privado, pilar de la economía



Si algo caracteriza a las economías avanzadas es la existencia de una amplia clase media.
El estilo de vida de este grupo incluye aspectos como el disfrute de una vivienda, el acceso
a servicios educativos y de sanidad, la posibilidad de beneficiarse de la jubilación,
una vida que combina momentos de ocio (incluyendo periodos vacacionales) con otros
de trabajo, etc. El estilo de vida de la clase media está relacionado con unos determinados
niveles de renta. Un reciente estudio de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE) opta por definir como clase media la formada por
aquellos hogares en los que el consumo diario se sitúa como mínimo en 10 dólares
norteamericanos
por persona y día (en paridad de poder de compra). En una familia de
cuatro miembros significaría un umbral de consumo de unos 15.000 dólares anuales.
Efectivamente, una de las características de las clases medias es su elevada propensión
al consumo. Y como las clases medias son el componente mayoritario de los países con
mayor renta, puede afirmarse que el grueso de su consumo mueve la economía. En
la mayor
parte de los países de la OCDE el gasto de consumo privado representa entre
el 50% y el 60% del producto interior bruto anual. Destaca el caso de los Estados Unidos,
en los que el consumo supone más del 70% del producto, mientras que en el otro
extremo se sitúan las economías nórdicas europeas, que no alcanzan el 50%. Está claro
que las decisiones del consumidor son cruciales para la evolución de las economías.
Si hasta hace poco la existencia de una clase media relevante era un privilegio casi exclusivo
de las economías desarrolladas, la realidad está cambiando a pasos acelerados.
En las últimas dos décadas hemos asistido a la aparición de un nuevo contingente de
clases medias en las economías emergentes. De acuerdo con las previsiones de la
OCDE, en 2020 dos terceras partes de las clase media vivirá en zonas distintas de
Norteamérica
y Europa. Estos 2.200 millones de personas serán responsables del 54%
del consumo total de la clase media mundial. En definitiva, se trata de un cambio de
panorama de enorme calado, ya que por primera vez desde la Revolución Industrial, el
grueso del consumo mundial se habrá desplazado de Occidente a Oriente, tanto en
número de consumidores como en capacidad de gasto.
Por el contrario, en los países avanzados las perspectivas de la evolución del gasto de
consumo privado son algo sombrías. La crisis y la recesión han puesto al descubierto
los excesos de la expansión económica previa, y entre estos destaca un cierto exceso de
consumo. La alegría gastadora surgió de la buena marcha en general de la economía y
del empleo, pero también de unas condiciones financieras laxas y de una generosa liquidez.
Algunos estudios señalan el vínculo directo entre el grado de endeudamiento
de las familias y la gravedad de la crisis y el incremento del paro. El elevado consumo
ayuda también a explicar otros desequilibrios que han sufrido algunas economías,
como el déficit de la balanza de pagos corrientes.
¿Habrá que purgar en los próximos años los excesos del pasado? A corto plazo, la resaca
de la crisis se hará notar en el gasto de consumo de los hogares, sobre el que confluyen
diversos factores de contención, como la retirada de estímulos fiscales (subvenciones por
compra de coche, por ejemplo), la lenta mejora del mercado laboral o el bajo nivel de
confianza. La ineludible reducción del endeudamiento de las familias tampoco favorece
una rápida mejora del gasto corriente. A medio plazo, sin embargo, cabe esperar que
el consumo recobre su tradicional papel motor en los países desarrollados. Eso sí, para
que sea sostenible su ritmo debe ser acorde con las posibilidades reales de la economía.

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