Brillante economista y observador de la eurozona y sus desvelos, el profesor Paul De Grauwe (Ukkel, Bélgica, 1946) carga contra los errores de bulto de Europa, y en particular de Alemania, en la gestión de la crisis, de la que salva un nombre: Jean-Claude Trichet. De Grauwe atiende a EL PAÍS en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y deja en el periodista la sensación de haber escuchado uno de los discursos más sensatos sobre la historia interminable de la crisis europea.
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"España es una suerte de línea roja para Europa que no se puede traspasar"
Pregunta. ¿A qué atribuye el estigma que se asocia a las reestructuraciones de deuda?
Respuesta. Ese es un tabú en muchos países avanzados y en el BCE, a pesar de las experiencias de los años noventa en América Latina y Asia, o precisamente por eso: se relaciona con países del Segundo o del Tercer Mundo. Pero en el caso de Grecia es inevitable: el país no puede pagar. Simplemente no puede. Es imposible.
P. ¿A qué espera la eurozona?
R. No sé, pero esperar y ver solo complica las cosas. Va a haber reestructuración, y hay fórmulas para minimizar su impacto: hay problemas por el efecto dominó en otros países y por las pérdidas en la banca.
P. ¿Cómo evitarlos?
R. El mecanismo de rescate (EFSF) debería emitir eurobonos y canjearlos por deuda griega con una quita similar a la que ya se ve en el mercado. Una reestructuración ordenada consiste en idear fórmulas para que la banca pueda amortiguar el golpe y para que los países más solventes no salgan perjudicados. En fin: hay que dar de una vez una solución definitiva. A la vista del fracaso de los rescates, Europa no puede seguir a base de parches. Si después de unas elecciones en Finlandia o en cualquier lado alguien decide retirar su apoyo, vendrán más problemas. La solución es el eurobono.
P. Pues va a tener que convencer de eso a Alemania.
R. Desgraciadamente, esta fórmula es inaceptable para Alemania, para Holanda y para otros países. La sola idea de los eurobonos causa escalofríos en Berlín.
P. Otro tabú.
R. La eurozona está plagada de tabúes, pero hay un problema mayor: la inconsistencia de Alemania. Berlín quiere que el sector privado pague parte de la factura desde 2013 y a la vez rechaza una reestructuración inevitable. La crisis tiene solución, pero Alemania parece empeñada en hacerlo difícil: genera incertidumbre, enciende la mecha del contagio con declaraciones desafortunadas.
P. ¿Ve un problema político?
R. Hay una crisis económica en la eurozona; peor aún es la crisis política, la incapacidad de tomar decisiones útiles. Eso es achacable a los líderes. A Alemania. Berlín cuenta una historia tramposa: la de los países pecadores. Tal vez valga para Grecia, pero hace mucho daño a la UE.
P. ¿Qué opina de la oleada de austeridad que recorre Europa?
R. La presión del norte para imponerla, para penalizar a algunos países, traerá consecuencias. La historia muestra que no es lo más inteligente ponerse a recortar el déficit drásticamente en plena recesión. Esa idea de que un sur plagado de pecadores tiene que recibir castigo es una bomba. Es evidente que Grecia tiene que cambiar, que hay que pagar impuestos, que no se puede engañar a Europa. Pero no hay que rebasar algunos límites. Es peligroso.
P. ¿Obligar a Grecia a privatizar es la receta adecuada?
R. Es un error. Vender activos ahora a unos precios de miseria no va a solucionar el déficit y más adelante restará unos ingresos preciosos.
P. ¿Qué le sugiere que algunos países estén atacando al BCE?
R. El BCE ha hecho un estupendo trabajo. Ha sostenido el sistema financiero, a los países con problemas. Trichet se enfrentó a Alemania con la compra de deuda: salvó el euro. Pero las cosas han cambiado. Esa forma histérica de alertar sobre un segundo Lehman Brothers en caso de que Grecia reestructure está desestabilizando los mercados. Son declaraciones irresponsables: Grecia no puede pagar.
P. ¿Y Portugal e Irlanda?
R. De alguna manera, al entrar en una unión monetaria y perder el control sobre el tipo de cambio, la deuda se hace más vulnerable: algunos países europeos se han visto degradados al estatus de economías emergentes. En ese estadio están esos dos países que ahora llaman periféricos. Tienen posibilidades de salir del pozo, pero no con tipos de interés como los que paga su deuda ahora mismo.
P. ¿Y España?
R. Esta no es una crisis española: es una crisis de la eurozona. España tiene su responsabilidad, pero a la vez es víctima de las decisiones de otros: antes y después de la crisis. Si Europa no está dispuesta a ayudar a España (dando de una vez por todas señales claras), va a ser difícil que la crisis deje de sobrevolar Madrid. España ha hecho muchas cosas para evitar un rescate, pero depende de lo que ocurra con Grecia, Irlanda y Portugal, con el nerviosismo de los mercados, con la posibilidad de que vuelvan ciertos movimientos irracionales. Berlín debería tener claro que España es una suerte de línea roja para Europa que no se puede traspasar. -
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