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miércoles, 19 de enero de 2011

Creer que se ostenta la Verdad implica, a menudo, pretender imponerla. Sin embargo, la democracia, que se reclama de la libre opinión, no niega la verdad, la verdad de hecho, más modesta -------- La mentira organizada está preñada de violencia, quiere destruir lo que ha decidido negar, aunque, por suerte, la verdad puede ser destruida, pero no existe poder que consiga sustituirla.

Nº 908 - 10/1/ 2011


Mentira y maldad
"El deterioro de la verdad tiene miles de aspectos y un campo indefinido. Los pitagóricos afirman que el bien es cierto y finito, el mal infinito e incierto"

J Montaigne. "Ensayos"


La Verdad, entendida como universal y aplicable al espacio humano, a las consideraciones morales y políticas, es siempre fuente de tiranía, antesala del crimen. Creer que se ostenta la Verdad implica, a menudo, pretender imponerla. Sin embargo, la democracia, que se reclama de la libre opinión, no niega la verdad, la verdad de hecho, más modesta. Mas no por eso la vida política democrática está exenta de riesgos. Con frecuencia y por desgracia, pareciera que es connatural al ámbito político negar toda clase de verdades. Abunda la sensación de que en la política reina el relativismo más absoluto. Ha llegado a ser evidente que los hechos (las verdades de hecho) casi nunca están seguros en manos del poder. Pese a ello, en el terreno de la sociedad civil, también en el Estado, existen profesionales, grupos de personas dedicados al establecimiento de verdades parciales, Tácticas. Los científicos, los artistas, los historiadores, los estadísticos, los jueces, los periodistas... deberían dedicar su trabajo precisamente a eso.
Las cosas serían fáciles de entender si la mentira, como la verdad, tuviese una sola cara, pero, por desgracia, la mentira, pariente de la fantasía, puede resultar más verosímil –y siempre es más morbosa– que la verdad. La mentira es un homicida simpático, atractivo. Porque, lo diré de una vez, de la mano de Arendt y de Camus, la mentira organizada está preñada de violencia, quiere destruir lo que ha decidido negar, aunque, por suerte, la verdad puede ser destruida, pero no existe poder que consiga sustituirla.
Las instituciones en las cuales trabajan quienes buscan y producen verdades de hecho, son, por muchas razones, imprescindibles para la democracia, pero cuando se apartan de esa búsqueda, pierden su razón de ser y se vuelven ineficientes. Por eso los estatus de esos profesionales no deben depender de las opiniones populares, no han de estar sujetas a las decisiones políticas. Sin estadísticos que trabajen buscando la verdad, sin magistrados que instruyan y juzguen según la verdad, sin periodistas que investiguen y expresen la verdad, al poder político le será fácil arrogarse lo que no le pertenece y cuando la arrogancia del poder asciende, la democracia declina. Si la mentira, construida a instancias de parte, consigue instalarse en esasinstituciones, las vuelve inútiles, las descalabra hasta convertirlas en instrumentos letales de lucha política.
Que un Gobierno, cualquiera que sea su signo ideológico, se defienda de los ataques y las críticas es normal, pero los límites de esa defensa están marcados por los límites que la Democracia impone al uso del poder y uso del poder exige el respeto a la independencia de las instituciones citadas. Por ejemplo: la judicatura y la prensa. En todo caso, el uso del poder político para amenazar, atacar o destruir al adversario, al discrepante, constituye un abuso que preludia lo peor y si ese ataque se realiza utilizando instituciones como las citadas, pretendiendo convertidas en obsecuentes instrumentos del poder, se están socavando bases imprescindibles de la convivencia y provocando una crisis de salida oscura y temible.
El primer efecto de tales perversiones no es la destrucción del adversario, convertido en enemigo por decisión de parte, sino la dicotomización del conjunto de las instituciones que se pretenden usar para atacar al adversario. Una dicotomización convertida en una fisura que tiende a aumentar con el tiempo y que corre el riesgo de trasladarse a todo el cuerpo social.
Hasta ahora se había constatado que, ante una crisis –y algunas se han vivido en los últimos años– la sociedad tiende a dividirse en dos campos cada vez más antagónicos. Es difícil escapar a una dinámica de este tipo. Jueces, periodistas y hasta médicos e historiadores toman partido en la vorágine, en lucha, primero larvada y verbal, luego más virulenta. Mas en el caso español parecieran que los grandes partidos tomaron hace ya tiempo la decisiónde convertir a todas las instituciones del Estado en palancas de parte, y no se han limitado al Estado, han invadido con su sectarismo a una enorme cantidad de instituciones pertenecientes a la sociedad civil. Desde las ONGs a los medios de comunicación.
Los partidos, con sus maneras, sus descaradas agresiones, persiguen, usando de los elementos que le son parciales, reproducir, por ejemplo, en la prensa y la judicatura, la confrontación en los mismos términos y con iguales actores con los que se produce en el ámbito estrictamente político.
Lo más grave, lo verdaderamente peligroso, tiene su sede en una especie de enfrentamiento "virtual", al destruir el objetivo de buscar "la verdad" de las instituciones que los partidos utilizan como arma, al desplazar a la verdad y a los hechos del horizonte que deben alcanzar en beneficio de la parcialidad política, con riesgo de acabar por destruirlas y conel riesgo añadido de que el enfrentamiento político se traslade a la vida social.
Cuando los revolucionarios franceses pusieron en su "Declaración de derechos del hombre y el ciudadano" la división de poderes, sabían bien lo que querían evitar: la tiranía. Cuando decretaron la libertad de prensa sabían lo que querían conseguir: que la palabra libre tuviera un espacio público para su expresión. Hoy, más de doscientos años después, la división, la independencia, de poderes, ha de incluir no sólo a los poderes del Estado, también a los más notables poderes sociales. Unos partidos que consigan "mandar" sobre, por ejemplo, la prensa, sobre los más relevantes creadores de opinión, no sólo son temibles, son un riesgo para la vida democrática. Porque hoy, por mor de los sistemas modernos de comunicación, no es necesario prohibir al adversario político expresarse, basta con quitarle el micrófono.

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