“Señor
presidente, andaríamos mejor
si no fuera porque hemos
construido
demasiados muros y no suficientes puentes”,
y
eso a la democracia ya le duele.
Porque el muro es el error
que
separa al gobernado,
y el puente —nunca trazado—
la
promesa que se rompe;
la patria es un horizonte
que el
ladrillo ha encarcelado.
Los
muros nacen del miedo,
del poder que se atrinchera
y
convierte en madriguera
el despacho y su remedo.
El puente
exige otro credo:
escuchar antes de actuar;
pero cuesta
dialogar
cuando el cargo se hace torre,
y la soberbia se
ahorra
lo que el pueblo quiere hablar.
“El
voto no otorga un poder
general de representación”;
no
es carta de absolución
ni autorización de hacer.
Es un
pacto de deber:
un límite, una frontera.
Pero el mando,
cuando opera
sin conciencia ni medida,
cree que el acta es
la caída
de toda ley verdadera.
“Sino
un poder limitado
al programa electoral”.
Ese es el
marco legal
que debería ser sagrado.
Lo demás, lo no
votado,
no pertenece al ungido;
es mandato compartido
que
debe hacerse en consulta,
pues la voluntad resulta
de quien
el poder ha erguido.
“En
lo no contemplado hay que preguntar
y en lo
urgente aprobación
por mayoría de dos tercios”,
y
así el mando es ejemplar.
Pero se suele olvidar
que el
consenso es la barrera
que frena la mano fiera
cuando busca
decidir sola;
y el decreto se descola
como espada
callejera.
Gobernar
no es bayoneta
ni grito envuelto en decreto,
ni disfraz
para el respeto
que al pueblo siempre sujeta.
Es la balanza
completa
entre acción y reflexión;
pero manda la
ambición
cuando el poder se embriaga,
y la ley se vuelve
vaga
si no late el corazón.
“Tomar
el voto como un poder
general de representación
para
ejercer el poder ilimitadamente
durante cuatro años” es
caer
en tentación de perder
la esencia de la
democracia.
Porque brota la desgracia
cuando el cargo se
acostumbra
a escudarse en la penumbra
de su propia
pertinacia.
“Dictadura
por cuatro años”
es la sombra que aparece
cuando el
mandato decrece
a la ley de los engaños.
Los abusos son
peldaños
que suben hacia el abismo;
y el ciudadano, lo
mismo,
pierde el puente que buscaba.
Así el muro se
agravaba
hasta erigirse en sí mismo.
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