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martes, 24 de enero de 2012

GLOBALIZACIÓN, ÉTICA Y MERCADO Antonio Garrigues Walker


"Hay momentos en la vida en los que la cuestión de saber si uno puede pensar de forma distinta de lo
que piensa y percibir de una manera diferente a como uno observa, es indispensable para poder
continuar mirando o reflexionando". (Michel Foucaut)
"Salimos del zoológico para entrar en la selva". (Milos Forman, comentando la transición política y
económica en la antigua Checoslovaquia).
"El sistema de mercado es lo que más daño hace al planeta porque todo tiene un precio, pero nada
tiene valor". (Jacques-Ives Cousteau)
"Lo grave es que las razones que hicieron que surgiera el marxismo todavía siguen ahí". (Octavio Paz)

Sobre el proceso de mundialización o globalización de la economía solo existe un cierto
acuerdo en el sentido de considerarlo como un proceso básicamente irreversible con unos índices de
aceleración que están teniendo progresión geométrica. Sobre todos los demás temas está abierto un
debate -desde luego a escala mundial- en el que todavía abundan oportunistas, demagogos, alarmistas
y sectarios de todo género. Los temas más significativos de este debate son los siguientes:
- ¿La mundialización será positiva o negativa para la humanidad?.
- ¿Es controlable la mundialización?. ¿Quién la controlará?.
- ¿Será mundialización o simplemente americanización?.
- ¿Qué países se beneficiarán más de la mundialización?.
- ¿La mundialización estará únicamente basada en el sistema capitalista, el mercado y el
liberalismo?.
- ¿Dará lugar la mundialización a una lucha de civilizaciones?.
Hasta el momento la izquierda ideológica e intelectual (la izquierda política y en general la
clase política no sabe, no contesta), manifiesta graves reservas e inquietudes ante el fenómeno de la
mundialización. Alain Touraine, Jean Daniel, Joaquín Estefanía, Vivianne Forrester, Gabriel Jackson,
Martín Seco, Jeffrey Garten, son hombres representativos de una actitud en la que la descalificación
más o menos absoluta, del modelo liberal ocupa un lugar importante. En todos los países occidentales
se están publicando numerosos ensayos y libros contra el mercado y el neoliberalismo. Es España en
los últimos meses han aparecido los siguientes: Juan Francisco Martín Seco: "La farsa liberal";
Eduardo Alvárez Puga: "Maldito Mercado"; Pedro Montes: "El desorden neoliberal«; Ignacio
Ramonet: "Un mundo sin rumbo: crisis de fin de siglo".
El temor a una mundialización descontrolada dominada por mafias económicas capitalistas les
produce un desasosiego profundo y exigen un reforzamiento de los organismos multinacionales que
impida esta barbarie. No ofrecen soluciones excesivamente concretas ni claras, pero aún así
contribuyen muy positivamente a la reflexión sobre los temas a debate.
En esta actitud negativa y pesimista no están desde luego solos. Desde ámbitos conservadores
empieza también a reconocerse que en estos momentos todo parece conducirnos en el mundo
occidental, en el mundo rico, a la exaltación  tragicómica del "homo economicus", un ser humano
obsesionado por el lúcido lema de "cuanto más tengas más tienes" posición que no sólo no exige sino
que rechaza categóricamente cualquier intento de justificación ideológica, filosófica o ética. 2
Desaparecido el marxismo -la única ideología con un final utópico feliz- el capitalismo democrático
avanza por todo el mundo, hacia nadie sabe exactamente donde, de una manera fanática, es decir
redoblando los esfuerzos cuando ya no existen ni metas ni objetivos concretos. Dentro de esta línea
puede incluirse al arrepentido George Soros por los peligros de la especulación salvaje y asimismo
Charles Andy, un alto ejecutivo del mundo del petróleo que además de recordar que una palabra tan
"mercantil" como "compañía" se deriva del latín "cum panis", es decir lugar donde se comparte el pan,
afirma que "el viejo lenguaje de propiedad y dominio ya no sirve porque no describe lo que es una
sociedad. Este lenguaje acabará siendo un insulto al concepto democrático". El comentarista William
Pfaff en un reciente artículo en el Herald Tribune (19 mayo) titulado "Gambling with
nihilo-capitalism" llega a asegurar que la globalización de un capitalismo no regulado es una fuerza
aún más revolucionaria y peligrosa en sus efectos que el propio leninismo.
Por lo que respecta a temas no económicos las actitudes y las cuestiones claves pueden
resumirse así:
Liderados por intelectuales anglosajones, muchos conservadores establecen una relación
directa, y prácticamente exclusiva, entre valores culturales de un lado y capacidad económica y
libertad de opción de otro. En un reciente artículo "Zig" Brzezinski sobre los llamados "valores
asiativos" afirma estar convencido de que las diferencias culturales son sólo un problema de tiempo: el
tiempo que se necesita para alcanzar una educación y una riqueza determinadas. En cuanto un país
logra un desarrollo cultural y económico parecido al de un país occidental las diferencias -según él-
desaparecen.
Samuel Huntington es aún más conservador que Brzezinski, pero sin duda menos optimista. El
piensa que lo que se avecina, sino lo remediamos, -y el remedio según él es difícil-, será una guerra a
escala mundial entre civilizaciones y que el enfrentamiento será entre occidente y algunos estados
islámicos- confucianos, una teoría que satisface las estrategias fuertes en la política de defensa
norteamericana. Según Huntington "no es cierto que se esté produciendo la occidentalización de las
sociedades no occidentales". El equilibrio de poder está cambiando: occidente va perdiendo influencia
mientras las civilizaciones asiáticas aumentan su poder económico, militar y político, el Islam tiene
una explosión demográfica y en general ambas reafirman el valor de sus propias culturas". "La
supervivencia de occidente depende de que los estadounidenses reafirmen su identidad occidental y el
occidente en su conjunto acepte su civilización como única, aunque no universal, y se arman para
defenderla".
El ensayista ya mencionado, William Pfaff, de tendencias más progresistas, no esté en absoluto
de acuerdo con Huntington y afirma sin reservas: "Por fortuna, su teoría es falsa. Los verdaderos
conflictos en el mundo actual y los que deberemos afrontar en el futuro tienen que ver con intereses y
expansión nacionales, poder, dinero, comercio, territorio, petróleo, historia, ideología religiosa y
política, las ambiciones de los políticos y las pasiones de los pueblos. Todos ellos tienen solución. Si
alguna de estas soluciones surge como resultado de una guerra, habrá guerras por un objetivo definido
y tendrán un final. Las guerras entre civilizaciones no tienen final, ni tampoco límites".
La globalización acelerará el debate sobre las culturas que favorecen o dificultan el progreso,
un tema clásico que ahora han puesto de moda intelectuales anglosajones como Francis Fukuyama y
Lawrence Harrison, que proclaman como culturas progresistas el protestantismo y el confucionismo y
como regresistas al catolicismo, el Islam o el Budismo, en tanto en cuanto estas últimas se resisten a
pensar en términos de futuro, conciben el trabajo como una maldición, anteponen los intereses de la
familia o el clan al interés general de la sociedad, y toleran una penetración excesiva de la religión en
la sociedad civil.
Alain Peyrefitte en su libro "La sociedad de  confianza" plantea este mismo tema y llega a
conclusiones muy parecidas. Dedica en su obra dos capítulos a nuestro país ("la decadencia española" 3
y "miradas sobre España") y ahí se mencionan como características básicas y clásicas, el menosprecio
de la actividad productiva y el desarrollo de una "sociedad de suspicacia", que ahoga la libre empresa,
la iniciativa privada y la competencia innovadora.
Por su parte Alain Touraine en su reciente libro "Pourrons-nous vivre ensamble" afirma que "el
liberalismo económico es tan destructor del individuo como el nacionalismo cultural" y exige que el
debate entre liberales y comunitarios reconozca  a cada individuo "la capacidad de combinar su
identidad cultural con su participación en un universo técnico y económico".
¿Es aceptable que una mujer árabe mantenga el  velo tradicional en una sociedad como la
francesa que lo interpreta como ofensa a la libertad y a la dignidad de la mujer?. ¿Es admisible que a
través del voto democrático se llegue por voluntad popular a una situación no democrática e incluso al
nombramiento de un dictador?. Estas dos preguntas resumen mejor que otra cosa las complejidades y
las contradicciones del multiculturalismo y abre el debate sobre los límites de la tolerancia. Giovanni
Sartori, reconociendo que esos límites son muy difíciles de precisar, se atreve a formular tres criterios
bastante claros: antes de declarar algo intolerable hay que razonarlo; la tolerancia no puede producir
daños injustos a quien la practica; el tolerante debe esperar su, a su vez, ser tolerado.
La idea global del multiculturalismo que lleva implícita la necesidad de un diálogo honesto
entre culturas nos va a permitir poner a prueba nuestra capacidad para superar unas inercias mentales
que nos permitan salir del cerco intelectual en el que operamos habitualmente. Los occidentales, -es
decir los triunfadores aparentes de la batalla ideológica y económica- tenemos la doble obligación de
poner en marcha el diálogo en igualdad de condiciones y de evitar por todos los medios la tentación
del determinismo económico como argumento decisivo. Es una ocasión histórica para descubrir y para
intentar cosas nuevas. Debería llenarnos de gozo y no de miedo. No tenemos, en verdad, mucho que
perder.
El papel de las religiones en los procesos de decadencia y de progreso de los distintos pueblos
es un tema decisivo. Las relaciones entre la Iglesia católica y la ciencia, el modelo político y el modelo
económico siempre han sido difíciles y a veces dolorosas.
La Iglesia tendrá que empezar con prontitud y buena voluntad a cuestionarse los nuevos límites
de su misión, a reconocer, asimismo, sus límites e incapacidades en cuanto a la posesión de la verdad
absoluta y sobre todo a abandonar actitudes que conduzcan a posiciones fundamentalistas en un
mundo que ya tiene demasiados riesgos en este sentido y que necesita, por lo tanto incrementar al
máximo su capacidad de diálogo, de tolerancia y de respeto a las posiciones contrarias.
El liberalismo es, sin duda, la ideología del futuro. Pero habrá que hacer una labor de
clarificación que logre evitar las continuas manipulaciones a las que ha estado y sigue estando
sometida. No hay peor ni más falso liberal que aquel que limita su liberalismo al mundo económico. Se
es liberal en todo o no se es liberal en nada. El liberalismo no es simplemente ni fundamentalmente una
teoría económica. Al liberalismo le importa mucho más el ser que el tener y aunque respeta
profundamente el deseo de tener, la propiedad privada y la independencia de cada ser humano, concede
un valor decisivo a los planteamientos morales sin los cuales el sistema se encanalla y se derrumba. Ni
un solo de los grandes pensadores y filósofos del liberalismo (y en especial Adam Smith y Hayek) han
dejado de insistir en esta idea.
La humanidad ha superado ya las suficientes  crisis para que los seres humanos pongamos en
duda su capacidad para evitar el caos y los cataclismos aunque a veces se aproxime peligrosamente al
precipicio. Sabremos adaptarnos a la globalización y humanizarla tal y como hemos asumido y
humanizado en este siglo unos avances tecnológicos, económicos y sociológicos (especialmente la
liberalización de la mujer) que nadie podía imaginar. Sigue siendo verdad que no hay nada nuevo bajo
el sol por más que aparezcan "nuevas" realidades y "nuevas" circunstancias. 4
La globalización económica generará más desarrollo económico, más desarrollo y sensibilidad
cultural y hará sobre todo visible la posibilidad real de enfrentar temas como el hambre y la miseria sin
el cinismo como el que se analizan actualmente estos dramas en el mundo rico. Vista nuestra historia
seria irresponsable dar por seguro cambios radicales y profundos hacia la justicia y solidaridad
económica, pero tampoco parece sensato prever la liquidación del sistema. Se producirán posiblemente
situaciones de abuso de poder económico, político o cultural, pero ni prevalecerán ni serán duraderas.
Nos guste o no, lo queramos o no, estemos listos o no, acabaremos entendiéndonos, aunque para ello
tengamos que sentir, de vez en cuando, el terror al vacío.
La globalización pondrá en cuestión valores concretos como la nación-estado, la función de
ciertos estamentos como el político, el sentido del  trabajo, el capitalismo en su estado salvaje y la
significación de la cultura, pero ello no afectará a  la estructura de la condición humana ni a sus
aspiraciones básicas.
El capitalismo y el mercado serán sin duda las claves de cualquier modelo económico tanto en
países desarrollados como subdesarrollados, pero esos sistemas tendrán que sufrir transformaciones
significativas que permitan poner coto al crecimiento de la desigualdad entre países ricos y pobres entre
ciudadanos ricos y pobres de un mismo país. En una encuesta en Norte América, casi un 75% de la
población piensa que este problema de la desigualdad no solo no se corregirá sino que continuará
aumentando. Si así fuera -y no lo será- los riesgos serían sin duda dramáticos.
La terrible soledad del capitalismo como sistema predominante va a llevar al máximo los niveles
de exigencia en cuanto a calidad democrática en el terreno político y en cuanto a pureza y transparencia
del mercado, en el terreno económico. La corrupción en el mundo económico occidental y el deplorable
comportamiento ético de sus élites tendrán que cesar o mejorar decisivamente porque en otro caso la
baraja se romperá en mil pedazos.
Empiezan ya a manifestarse signos positivos en la línea de una sociedad más comprometida,
menos pragmática y más solidaria. Ya se habla de una nueva concepción de la empresa en la que
además de accionistas (shareholders) hay "stakeholders", término que abarca, además de los
accionistas, no sólo a todas las personas que intervienen activamente en el proceso productivo o
comercial (empleados, suministradores, clientes), sino a los ayuntamientos e instituciones en donde se
desarrolla la actividad.
Muchas empresas empiezan a notar los efectos del llamado "consumidor ético", y muchas otras
empiezan a renunciar a comportamientos impropios  en países subdesarrollados. Y una gran mayoría
empieza a reconocer la importancia del compromiso social.
Parece haberse iniciado un irreversible proceso de regeneración ética sin el cual seguiríamos
avanzando hacia ningún sitio.

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