domingo, 30 de noviembre de 2025

EL VOTO Y LA FRONTERA DEL PODER.

 


Señor presidente, andaríamos mejor
si no fuera porque hemos construido
demasiados muros y no suficientes puentes”
,
y eso a la democracia ya le duele.
Porque el muro es el error
que separa al gobernado,
y el puente —nunca trazado—
la promesa que se rompe;
la patria es un horizonte
que el ladrillo ha encarcelado.



Los muros nacen del miedo,
del poder que se atrinchera
y convierte en madriguera
el despacho y su remedo.
El puente exige otro credo:
escuchar antes de actuar;
pero cuesta dialogar
cuando el cargo se hace torre,
y la soberbia se ahorra
lo que el pueblo quiere hablar.

El voto no otorga un poder
general de representación”
;
no es carta de absolución
ni autorización de hacer.
Es un pacto de deber:
un límite, una frontera.
Pero el mando, cuando opera
sin conciencia ni medida,
cree que el acta es la caída
de toda ley verdadera.

Sino un poder limitado
al programa electoral”
.
Ese es el marco legal
que debería ser sagrado.
Lo demás, lo no votado,
no pertenece al ungido;
es mandato compartido
que debe hacerse en consulta,
pues la voluntad resulta
de quien el poder ha erguido.

En lo no contemplado hay que preguntar
y en lo urgente aprobación
por mayoría de dos tercios”
,
y así el mando es ejemplar.
Pero se suele olvidar
que el consenso es la barrera
que frena la mano fiera
cuando busca decidir sola;
y el decreto se descola
como espada callejera.

Gobernar no es bayoneta
ni grito envuelto en decreto,
ni disfraz para el respeto
que al pueblo siempre sujeta.
Es la balanza completa
entre acción y reflexión;
pero manda la ambición
cuando el poder se embriaga,
y la ley se vuelve vaga
si no late el corazón.

Tomar el voto como un poder
general de representación
para ejercer el poder ilimitadamente
durante cuatro años”
es caer
en tentación de perder
la esencia de la democracia.
Porque brota la desgracia
cuando el cargo se acostumbra
a escudarse en la penumbra
de su propia pertinacia.

Dictadura por cuatro años”
es la sombra que aparece
cuando el mandato decrece
a la ley de los engaños.
Los abusos son peldaños
que suben hacia el abismo;
y el ciudadano, lo mismo,
pierde el puente que buscaba.
Así el muro se agravaba
hasta erigirse en sí mismo.